El Mar Seco

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By Daniel
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February 28, 2022
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5 min read
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Era yo muy pequeño cuando conocí el mar, tan pequeño que no recuerdo cuando fue la primera vez que lo vi. A veces envidio esto de personas que tienen ese recuerdo, de esa primera vez que vieron el mar. Yo nunca tendré ese recuerdo, pues yo desde que tengo uso de razón di por un hecho que estaba ahí.

Sin embargo si recuerdo bien la primera vez que vi el mar seco, a las faldas de una ciudad surrealista, la misma a la que años después yo llamaría, y a la que sigo llamando hasta el día de hoy, como hogar.

Una ocasión encontré en un cajón una cinta de audio en la que mi padre declamaba un poema a su estado natal, Chiapas. Mi madre era mi cómplice aquella noche, ambos pusimos la cinta en la grabadora, después de encontrarla en un rincón escondido de un cajón del escritorio de mi padre. Escuchamos la voz de mi padre declamando el poema “Soy de Chiapas” platicando las virtudes del estado que lo vio nacer, desde las ruinas de Palenque hasta la arena de Puerto Arista. Mi madre me dijo, mientras ambos llorábamos casi de la risa:
-Claro, a su tierra hasta le declama poesías y se graba mientras lo hace, pero a su esposa no le declama una poesía ni aunque le paguen.

En mi juventud no pensé con profundidad acerca de los motivos que hubieran conllevado a mi padre a recitar una poesía a su estado natal. Años después creo comprender ese sentimiento, pues si bien esto no es una cinta de audio es algo parecido, son un par de líneas dedicadas a mi tierra, no la que me vio nacer, ni crecer, sino la tierra que yo adopté, la tierra donde dejé mi corazón.

Muchos podrían pensar que para alguien que no ha vivido más de dos años de su vida adulta en una sola ciudad le resultaría difícil identificar cual es la ciudad a la que se siente pertenecer, sin embargo, a pesar que este es mi caso, no me resulta difícil decir que soy de Ciudad Juárez, a pesar de que no nací en esa ciudad, a pesar que no es una ciudad bonita y es una de las ciudades más peligrosas del mundo, creo que el hogar es donde el corazón está y el mío hizo raíces hace mucho tiempo en esta ciudad en medio del mar seco de Samalayuca, donde cada atardecer parece ser un bello poema de Dios recitándonos el fin del mundo.

Uno aprende, viviendo en Ciudad Juárez, a adorar los días nublados, a amar la lluvia y danzar junto con ella, en los escasos días que esta se digna a visitarnos; uno experimenta lo que es una tormenta de arena y uno llega a sentirla hasta en las encías, pero mas importante que todo uno aprende a seguir viviendo a pesar de las adversidades, a pesar de lo que diga el mundo, uno vive ahí, en la boca del lobo y uno aprende a vivir, a sobrevivir, a mirar de frente, a ser fuerte, a pesar de los golpes a pesar de parecer casi imposible ante los ojos del mundo vivir ahí uno vive, y uno sigue adelante.

Existe una fraternidad tan intrínseca dentro de los juarenses cuando estos se reencuentra fuera de la ciudad que no he podido encontrar con ninguna otra de las localidades a las que podría decir que pertenezco. Bien se podría decir que esto pasa igual con los chilangos, tapatíos, regios o jaibos, sin embargo experiencias propias me dicen lo contrario. No es lo mismo ser juarense y encontrarte con mas juarenses, pues pareciera que los juarenses fuéramos cómplices de un mismo crimen, o bien refugiados de una misma guerra; el crimen de ser juarense en la cruzada contra Ciudad Juárez. Nuestro propio Sodoma y Gomorra. Nuestra capital del pecado. Pero eso nunca avergüenza a un Juarense, uno sabe que la vida continua, por muy dificil que aparente ser, uno sale adelante y toma de la mano a otro juarense para seguir adelante, pues si podemos subsistir a pesar de esta adversidad tenemos la esperanza que tal vez el día de mañana sea menos doloroso, que tal vez vengan días menos miserables y quizá tal vez también en un futuro no muy lejano podamos recuperar lo que Ciudad Juárez algún día fué.

Fue triste ver las condiciones en las que encontré a Juarez la última vez que la visité. Las calles nunca se vieron tan llenas de paranoia y tan vacías de carros a la vez. Sentía casi como si visitara a un pariente que estuviera en estado de coma en un hospital. Quería darle golpes al pecho y darle respiración de boca a boca para que despertara. Quería buscar a los culpables de haberla puesto en dicha condición, pero mis esfuerzos parecían carecer de sentido alguno.

El rojo cobrizo encrespándose con el azul cobalto del amanecer que contemplaba en mi último día pareció ser la metáfora que yo necesitaba para partir con una pizca de esperanza, pues a pesar de la oscuridad en la que vive mi ciudad se que la única forma en la que esta puede seguir adelante es por medio de su propia gente. La gente es el sol que en un principio tímidamente encara a la oscura noche, pero nada ni nadie la puede detener, ni siquiera el frió del desierto, y conforme pasé el tiempo esta seguirá enfrentando con sus rojos cobrizos, convirtiendo el negro en cobalto y luego en celeste... y probablemente algún día no muy lejano nuestra ciudad pueda volver a ser, aunque sea al menos parecer, lo que algún día solió ser.

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