Los rayos del sol disipan entre las cortinas de aquel cuarto que aparentemente es el mío, sin embargo cada mañana siempre tengo que pasar por un proceso de reconocimiento, pues ese cuarto como todo lo que esta dentro de aquel departamento es mío y solo mío. Pero cada mañana me pregunto ¿quién soy? ¿cómo me llamo? ¿qué hago aquí? No son preguntas personales, como aquellas que cualquier persona suele tener en la pubertad, pues llevo mas de 18 años preguntándomelas… son preguntas de identidad, ya que cada vez que me veo al espejo no reconozco a que persona pertenece el reflejo, preguntas profundas que no exigen una respuesta inmediata pero si exigen un pensamiento considerablemente detallado. Trato entonces de buscar en lo lejano de mi mente los recuerdos mas remotos, los mas viscerales, los mas miserables, y estos son aspirinas, son un antídoto, aunque a veces ese fantasma de la duda de mi persona se calma por solo unos segundos, a veces no, entonces , solo entonces, cuando mis pensamientos no pueden controlar la ansiedad cierro mis puños y procedo a golpearme en la sien. No son golpes generosos, son golpes de cuadrilátero, con la esperanza de noquear a aquel fantasma, o cuando menos noquearme y quizás cuando recupere la consciencia el fantasma de la duda haya dado por terminada su visita.
Abro los ojos y por fin reconozco la cara del otro lado del espejo. Recuerdo una corona de papel, un moño rojo y una sonrisa mientras apago cuatro velas de un pastel.
Con mis manos tomo agua del lavabo. Limpio mi cara. Prendo la regadera mientras me desvisto. El agua está un tanto caliente, entonces abro un poco el agua fría hasta que este en una temperatura tolerable. Tomo el shampoo y lo mezclo con el acondicionador, esto normalmente aumente la eficiencia y yo siempre busco esa eficiencia. Termino de limpiar mi cabeza y procedo entonces a enjabonar mi cuerpo. Termino de hacerlo. Cierro la regadera. Tomo una toalla roja. Me seco. Tomo el rastrillo y lleno mi cara de espuma para afeitar hasta dejarla lisa, casi como la piel de un bebe. Tomo loción y la disipo por toda mi cara. Escojo mi ropa y después de cambiarme me dirijo hacia la puerta para salir rumbo al trabajo.
Justo antes de cerrar la puerta antes de salir volteo hacia mi cuarto. En la puerta de este veo recargado sobre el marco de esta, con los brazos cruzados, a la misma persona que no pude reconocer desde que desperté, la misma cara que enjuagué y afeité, el mismo cabello que limpié, el mismo cuerpo que enjaboné, sequé y vestí.
Cada mañana sería la misma historia. Por mas que golpeara cada día aquel rostro no lo podría reconocer. Por más que quisiera sentir propio aquel cuerpo tan solo sentía que no era mío, que era otra persona… alguien más.
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